miércoles, 27 de julio de 2016

Página suelta #3. Sobre cómo ser siempre, aunque no siempre estés.

Te bajas del vagón tras ver unas caras que están narcotizadas frente a pantallas que jamás reflejarán la realidad. Yo me marcho, me despido sin decir adiós y voy sin rumbo. Ya sabéis, liando un piti por la excusa de hacer tiempo.

Él llega, tan radiante como la primera vez que lo vi. Sé que nos espera una buena tarde. Lo sé ahora, que ha pasado. Aunque él aún esté aquí.
A su lado he visto que para ser y estar, no hace falta más que darse cuenta de que no es necesario estar para ser.

No voy a negarlo, ahora tengo en mis dedos los mismos precipicios que antes, pero justo en este momento tengo menos miedo. Y eso pocas personas pueden hacérmelo sentir. Personas, que no gente.

No preguntéis más por el secreto de la felicidad. Lo tenéis vosotros y vosotras. Dentro. Dentro del pecho que bombea cada pensamiento. Dentro de la cabeza que impulsa cada movimiento que jamás llega a destiempo. Precisamente eso es lo esencial cuando terminas el camino, en el que solo estás tú, y en el que tú estás solo, pero pudiendo decir con orgullo, que no tienes patria, porque nunca creíste en las fronteras, que ya no estás, pero en cambio eres en todas esas personas que algún día sonrieron mirándote a los ojos.

Yo, hoy, he sido, he estado. Y lo seguiré haciendo hasta que la memoria nos lo permita. Pero qué mejor forma para no olvidar que dedicándote todo lo que he aprendido de ti.

Qué mejor forma que dedicándoselo a ese miedo que me has quitado. 

Gracias, J.

lunes, 4 de julio de 2016

Página suelta #2. Sobre el riesgo y las ganas.

Como el chaval que está en la puerta de clase, esperando el primer día de universidad; como el cantante impaciente antes de subirse a su primer escenario; como la escritora en la presentación de su primer libro; como el bailarín antes de salir a escena; como el estudiante en la exposición de su tesis; o quizá, como la periodista en su primer día de trabajo en el periódico del que siempre soñó formar parte de la plantilla.

Así, sin perder las ganas que a veces, e irremediablemente, se fundan primero en el miedo. Me enfrento al temor de conocerme, de andar perdido con la única persona de la que necesito estar seguro: yo mismo. Y sé que pensáis que es demasiado habitual el decir que sin riesgo no puedes ganar, pero quién necesita ganar si ya antes de arriesgarse tiene ganas de luchar.

No paro de repetir que tengo tanto miedo en mi cabeza como ganas en mi corazón. Repito que me enfrento a mí mismo en una guerra que yo, y solo yo, me he provocado. Y también es cierto que siempre me he embarcado en los navíos que más posibilidades tenían de naufragar, pero siempre lo he hecho siendo consciente de donde estaba.

Ahora no es así. Lo sé. Lo siento. Lo siento en mis sentidos y no me lo perdono. Porque estoy, pero no soy. A lo mejor el pavor se apodera de mí y tengo que retornar a esta estabilidad que me mata, pero también, a lo (mucho más) mejor, me doy cuenta de quién soy y de que no es necesario tener una meta para andar un camino.

Me embarco. No digo adiós a nada ni a nadie, pero espero que después pueda reconocer mi propio rostro cuando me enfrente a la realidad, también, con otros ojos.

Como el chaval que sale contento el primer día de universidad; como el cantante que ya está pensando en su próximo concierto; como la escritora que por fin ha logrado su sueño; como el bailarín que no se arrepiente de ninguno de sus pasos; como el estudiante que ya es doctor; o quizá, como la periodista que acaba estando orgullosa de su trabajo.