domingo, 7 de enero de 2018

Y te cortas

Hundes tus manos en un lodo
que nunca fue tuyo;
satisfaces tus inquietudes jugando
con los dedos que han dejado de señalar
cosas demasiado muertas para tu espíritu.

Buscas sin querer encontrar también
y sin querer buscar encuentras tan poco
que por un segundo piensas en salir del barro.

Coges retazos de vidas que no existen
aunque tengan nombres apellidos y un vasto porvenir.
Jugueteas con ellos, los palpas,
los saboreas con tus yemas.

Y te cortas los nudillos.
Sin saber por qué.

Hundes tus dedos dentro
siendo capaz de encontrar restos negros,
sin verlos,
que tienen el mismo tacto que la muerte.

Y te vuelves a cortar.
Sin saber por qué.

Tus uñas gritan socorro
mientras escarbas en anhelos jamás cumplidos,
porque nadie es culpable de no cumplir tus propias expectativas.

Las falanges se retuercen
en una parte en la que lo líquido
parece dar un respiro.
Las articulaciones arden
por la falta de luz
y la ausencia de sombra.

Y te vuelves a cortar.
Confundiendo tu sangre con las llamas
que pronto desaparecerán.

Coges fuerzas, entrelazas las manos fundiendo tus cartílagos magullados,
unos con otros:
te has dejado las uñas dentro pero estás fuera.

Tus manos por fin te conocen
y pueden mirar con orgullo las heridas
resultado del ataque de unos endebles cristales
en esos huesos con los que golpeas a la vida.

Y al final el final
estaba al principio del precipicio.

Cristales de aquél espejo
en el que te miras
sabiendo que eres capaz de traspasar
cualquier reflejo
que no nazca en tu propio cuerpo.

Funeral por la muerte del Anarquista Galli (1911), de Carlo Carrá.

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