La noche era peligrosa. Las sacas de madrugada o los paseos al alba no pasaban desapercibidos para alguien tan significado. Enrique encontró su refugio en apenas un metro de ancho, largo y alto, ya ocupado por una maquinaria de relojería. Cuentan que solo subía cuando caía la noche, y que se tumbaba en el suelo para evitar que se viera su silueta tras el cristal del reloj. Las manecillas seguían girando noche tras noche, día tras día, hasta que llegó el indicado para cruzar la frontera hacia Francia. Huía de Navarra, donde el levantamiento no obtuvo resistencia, pero no de España. Regresó. Primero a Catalunya y después a Valencia; un tiempo en el que prestó sus servicios como abogado primero y después como juez al Gobierno republicano. Cuando las cosas empeoraron y el levante estaba a punto de caer, se fue. Se exilió con su mujer, María Luisa Arzac, y sus tres hijos. Retornaron a Francia. Siguiente parada: Chile.
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