jueves, 25 de febrero de 2021

Elegir si gritar o susurrarme

He perdido el ritual al escribir. La banalidad ha copado las letras que antes me dictaban mis manos. Siempre en tercera persona, escapar de lo de fuera y mirar en el pecho se ha convertido en un ejercicio atronador. Saber que ahí dentro florezco me da tanta alegría como temor. Siempre he defendido que las personas lo son todo, porque da igual dónde estés, pero me olvidaba de mí. 

Huir del contorno y enfocar el contenido, ahí es donde me hallo; y si me ilusiono pronto es porque lo necesito. Lo necesito como el cactus bebe del agua pero a la vez nace con espinas, pinchos que nos recuerdan que la sangre se puede derramar en cualquier momento. Desflorar el escondite supone otro acto de valentía. Pero es mi sitio. Lo tengo que hacer mío. 

Me gusta preguntar, saber por qué la gente hace lo que hace. Indagar, escudriñar los deseos y ponerlos en la picota. Ajusticiar los sentimientos antes de que mi impaciencia los adelante. Craso error. Al final era igual de importante bailar solo que acompañado. Aprender a diferenciar el cuándo, el cómo, el por qué de las apetencias propias. Recorrer el camino acompañado sin dejar de marcar mi propia estela interrogando las pisadas que me preceden. 

Lo podéis llamar plenitud, quizá armonía. La seguridad de ser quien quieres ser no tiene precio pero sí el más alto valor. Solo así te puedes dejar llevar con quienes sabes que nunca te dejarán caer. Ahora puedo elegir si gritar o susurrarme. Puedo discernir entre la luz natural y la bombilla incandescente sobre mi cabeza con la que me autocastigaba. No he vuelto porque nunca me fui, y siempre fui yo. 

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