A lo largo de su carrera como psicóloga, usted ha recabado unos 1.400 testimonios de familiares y víctimas del franquismo. ¿El relato de estas personas sigue un patrón? ¿Es similar en hombres y mujeres?
No, nunca siguen un patrón. Pero en todos los casos, el relato tiene un claro efecto terapéutico. Vemos una diferencia entre hombres y mujeres. A ellos les cuesta mucho más desde el punto de vista emocional. Ellas, en cambio, de entrada, llegan con llanto, tristeza y melancolía, y hablan mucho más. Los hombres, por ejemplo, tienen tendencia a iniciar las conversaciones con anécdotas.
La escucha es imprescindible, pero no solo a las víctimas directas, también a las segundas, terceras y cuartas generaciones. Llevo en este trabajo de escucha desde 2003, y veo que muchas de estas personas tienen una capacidad enorme de transformar el dolor en espíritu de lucha: han transformado la vulnerabilidad en fortaleza al convertir su herida personal, traumática y privada en una acción social compartida.
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