Prisioneros construyendo un puente de la carretera entre Alcúdia y Port de Pollença (1937-38). — CEDIDA |
Miquel López Crespí es el hijo de Paulino. A sus 75 años, recuerda cómo su progenitor tuvo algo de suerte. "No está claro, pero según he investigado, pudo estar solo unos dos años interno porque salió en 1942, porque por extrañas circunstancias conoció a la que sería mi madre, de una conocida familia de derecha del pueblo", relata.
Aquel no fue el único golpe de suerte que tuvo Paulino. Su afición, cuasi profesional, a la pintura le granjeó cierto reconocimiento en el campo de concentración. "De jovencito se había ganado la vida pintando paisajes y bodegones, así que los militares le tenían cierta consideración porque siempre le pedían que le pintaran la foto de la mujer o de los hijos", relata Miquel. Pese a ello, las penurias en estos campos no arreciaban, y si el preso no tenía un contacto fuera, difícilmente podía subsistir por el hambre y la falta de atención médica.
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