Esta librera, de 47 años, ha visto de todo desde su caseta, en la que se guarece de las bajas temperaturas del invierno y los calurosos días de verano. Allí, los profesionales del libro abren sus puestos y montan sus tableros para exponer el valioso género que tienen entre manos. Haga frío o calor, ahí están ellos. Eso lo sabían bien literatos, artistas y políticos que siempre se dejaban caer por la Cuesta a ver si encontraban algo que, seguramente, no estaban buscando. El abuelo de Méndez llegó a tener cuatro casetas. Ahora, solo queda ella bajo un gran letrero que advierte a los viandantes: “LIBROS COMPRA-VENTA”.
A eso se dedican ella y las casi tres decenas de compañeros más que ve todas las mañanas pasar por delante de su puesto de trabajo. “Llegamos a pensar que en las casetas libres podían meter tascas, así que las vuelvan a utilizar libreros es una fantástica noticia”, dice Méndez, también presidenta de la Asociación de la Feria del Libro de la Cuesta Moyano. El temor de esta librera no estaba infundado, pues muchos locales comerciales típicos de la ciudad, como los puestos en los mercados de abastos del centro, ya se están convirtiendo en pequeños bares y locales de restauración.
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