La fuerza de la literatura lleva pareja la creación de personajes, escenas, laberínticas tramas que envuelven al lector y la lectora en un torbellino de situaciones. Entrar en la primera persona del protagonista o sentirse identificado con un actor secundario de la historia son solo dos posibilidades de las infinitas que nos provoca abrir un libro. Los escenarios, en este sentido, se tornan imprescindibles para imbuirse en la sucesión de acontecimientos. Conocer el casco histórico de una ciudad, pararse a pensar frente a la estatua con décadas de experiencia en ese lugar o doblar la misma esquina que nuestro personaje favorito giró escapando de sus propios pensamientos sigue estando en nuestra mano.
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