Alfredo Sanguino, atendiendo su puesto de castañas desde hace 17 años (G.M) |
Chencho Martínez nació en una churrería. Su madre le trajo al mundo entre los aromas de la feria y la verbena, diversión a tutiplén en unos tiempos en los que aún se celebraban los santos como Dios mandaba, es decir, venerando el verbo pero no la carne. Eso es lo que se desgrana de las palabras de este castañero que, sentado en un taburete, se fuma un cigarro mientras su ayudante despacha a los transeúntes. "Mi abuela ya era castañera, de ahí mi madre, y ahora estoy yo", relata a sus 60 años. Más de medio siglo en un hombre algo cansado de las luces, tanto de las bombillitas que alumbran las fiestas patronales como las de Navidad: "Estar aquí me causa cierta nostalgia, claro que sí, pero la ilusión se va apagando. La edad te va poniendo en su sitio", relata.
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